Las obras de arte que conforman el patrimonio cultural de cada país suelen estar amenazadas por la contaminación del aire. No solo los edificios históricos, también las pinturas y esculturas ubicadas en ambientes cerrados pueden verse afectadas. ¿La fuente del problema? Los gases de los automóviles y las frenadas en el asfalto, los cuales desprenden un material particulado que se transporta al interior de los museos a través del aire y actúa sobre las superficies de las obras generando capas oscuras, abrasión de los materiales y decoloración. Por suerte para nuestro acervo patrimonial, científicos de las escuelas de Arte y Patrimonio (EAyP), y Hábitat y Sostenibilidad (EHyS) de la UNSAM, junto con especialistas del Istituto Nazionale di Geofisica e Vulcanologia (Italia), descubrieron una alternativa “rápida, barata y muy sensible” para medir la calidad del aire en museos: líquenes y hojas de jacarandá y fresno.

“La contaminación puede traer varios problemas: reacciones químicas que decoloran, cuartean o que generan problemas de adhesión en superficies o en soportes de esculturas”, explicó Fernando Marte, director del CEPyA y responsable del proyecto, a partir del cual se colocaron líquenes y hojas en el interior/exterior del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) y el Museo Histórico Nacional de la Ciudad de Buenos Aires, lo que permitirá preservar sus obras y medir el aire para conocer la concentración de partículas contaminantes. “El simple hecho del depósito de estas partículas en una obra empieza a afectar la parte estética. Cuando esto pasa, normalmente, la obra se restaura. Ahora, con esta información de antemano, se pueden acelerar los ciclos de intervención”.

Conocé más sobre este estudio internacional de conservación preventiva en esta nota.