Reacondicionar una central nuclear es mucho más difícil que hacer la gran de tin marín de do pingüé que alguna vez arriesgó Homero en la pequeña planta de Springfield. Para evitar el recalentamiento del núcleo del reactor, por ejemplo, los 380 tubos de presión por donde circula el agua que refrigera plantas como las de la Central Nuclear Embalse deben ser reemplazados cada treinta años, al igual que muchos otros componentes. Hasta hace muy poco, esos tubos solo se fabricaban en Canadá.
En 2009, en el marco de Ley 26.566 que declaró de interés nacional la extensión de vida de la central cordobesa, el ingeniero Pablo Vizcaíno y su equipo conformado por ingenierxs, tecnólogxs y técnicxs de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y del Instituto Dan Beninson (IDB) quedaron al frente del proyecto de diseño, investigación y fabricación de los tubos en nuestro país. “Esos componentes, fuera de Canadá, no se habían hecho nunca y General Electric USA no calificó para fabricarlos. El logro que esto significa desde el punto de vista tecnológico es tremendo”, explica ahora Vizcaíno, jefe del Departamento de Tecnología de Aleaciones de Circonio de la Gerencia de Área de Ciclo de Combustible de la CNEA y director de la Ingeniería Nuclear con Orientación en Aplicaciones de la UNSAM. “Estos desarrollos sustituyen importaciones, dan trabajo, movilizan la industria local, forman recursos humanos de alto nivel y generan capacidad de exportación”.
En octubre de este año, la Asociación Física Argentina distinguió al equipo CNEA-UNSAM con el premio Desarrollo Tecnológico Innovador de la Física Aplicada a la Industria por el diseño y la fabricación de los tubos laminados que permitirán a la Central Nuclear Embalse seguir funcionando por otras tres décadas. Con esta innovación, la Argentina se convirtió en el segundo país del mundo en fabricar esta tecnología y en proveedora global de la industria nuclear.
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Morfología de los tubos
Los tubos de presión made in UNSAM para la Central Nuclear Embalse tienen 6 metros de longitud, 112,5 milímetros de diámetro, 4,3 milímetros de espesor y pesan 80 kilos. Podrán operar durante 30 años a temperaturas de entre 250 y 300 grados centígrados, soportar 115 atmósferas de presión interna y estarán constantemente sometidos al flujo neutrónico que produce la fisión del uranio.
En 2015 comenzó su instalación y el 4 de enero de 2019 se alcanzó con éxito la puesta a crítico del reactor. Con este proceso de reacondicionamiento, la planta incrementó su potencia a 683 megavatios, es decir, un 6 % más que su capacidad de generación previa.