En el centro del Campus Miguelete crece un espinillo. Un árbol nativo, resistente y lleno de espinas que crece hasta en los suelos más duros. No se trata de un árbol cualquiera: estaba ahí mucho antes del nacimiento de nuestra querida universidad. A lo largo de los 33 años que esta semana cumplió la UNSAM, miles de estudiantes leyeron, almorzaron, charlaron y compartieron mates bajo su sombra.
Para que se lleven un pedacito del Campus allí donde decidan echar raíces, en el último acto de colación regalamos a lxs egresadxs una semilla de ese espinillo que, en primavera, también sabe colmarse de flores amarillas. A cambio, muchxs nos trajeron algunos de sus objetos más valiosos, en agradecimiento a todo lo que la universidad pública les dio.
“La UNSAM me abrió las puertas y me dejó quedarme. Fue más que una universidad: fue casa, refugio, espacio de transformación. La habité en cada rincón: tardes en la biblioteca, almuerzos en Mensa, disfrutar del anfiteatro, las noches de circo, pasantías, congresos, debates, vínculos”, enumera feliz Chiara Spataro, flamante Licenciada en Ciencia Política por la Escuela de Política y Gobierno (EPyG), que nos dejó su primer cuaderno de apuntes y un libro de Thomas Mann que le regaló su tío tras recomendarle estudiar en la UNSAM.
Chiara es la primera mujer de su familia en recibir un título universitario, pero no lo vive como un logro individual. “Este diploma es también de mi mamá, de mis abuelas, de mis tías y de todas las mujeres que vinieron antes que yo y que con su esfuerzo —muchas veces sin palabras, muchas veces sin derechos— hicieron posible este presente”, cuenta, y celebra: “Estudiar en una universidad pública es mucho más que estudiar. Es habitar un derecho. Es crecer sabiendo que el conocimiento se construye con los otros, en diálogo, en el encuentro con distintas realidades, miradas y trayectorias. A mí, la universidad pública me cambió la vida y siempre, siempre voy a estar agradecida”.
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