Por la mañana, Leonel, 36 años, hace mantenimiento y plomería en estaciones de trenes de la línea Sarmiento. Si se rompe un caño de agua en el vestuario de limpieza de Castelar, él lo arregla. A las 15 se saca el uniforme gris oscuro y los borcegos, y se sienta en su casa durante una hora para leer a Gramsci, Marx o Weber. Es el único momento del día que tiene libre entre el trabajo, la vida en familia junto a su pareja y sus dos hijos, las clases de Sociología en la UNSAM o las reuniones del sindicato. Ese es, dice, su momento.
A veces, cuando su hijo de cinco años lo ve, se pone los lentes, agarra hojas y una lapicera, y lo imita subrayando textos. Leonel no hubiese podido hacer lo mismo con su papá o su mamá. Es la primera generación universitaria de su familia, como casi la mitad de los ingresantes a las universidades públicas. Su padre fue toda la vida ferroviario, como él, y su madre trabajaba en maestranza.
—Mi papá no entiende bien qué hago acá, para él es nuevo. Pero siempre me pregunta, se interesa, me felicita.
Así comienza la crónica publicada esta semana en Revista Anfibia que indaga en la vida de estudiantes de universidades nacionales, quienes —en su mayoría— hacen malabares para pagar viajes y apuntes mientras combinan trabajo y tareas de cuidado con el tiempo que les lleva formarse.
La crónica termina con esta reflexión: “La universidad es hija de otro tiempo. Hace de la construcción del conocimiento un valor y un laboratorio de promesas. Aún con todos sus desafíos y sus limitaciones, ofrece la posibilidad de imaginarse la vida a largo plazo en momentos de gran inestabilidad e incertidumbre, sobre todo para las nuevas generaciones.”
Movilizadxs y defendiendo a la universidad y el salario de docentes y nodocentes, lxs estudiantes fueron lxs protagonistas de la semana.
Todo eso y mucho más, en este #NU 170.