“Tardé 10 años en recibirme de Licenciada en Sociología en el IDAES. Empecé con 41 años, dos hijos, una casa, un trabajo como no docente en la UBA. Sin la universidad de mi barrio yo hoy no sería primera generación de universitarios en mi familia y mi vida sería otra”. “En Medicina hay materias que exigen sentarse 6 horas por día a leer, además de las 5 horas diarias de cursada. Que alguien pueda explicar cómo se hace en 5 años. Las carreras no son carreras: son procesos de aprendizaje. Ir más rápido no asegura que seas o no un mejor profesional”. “Yo también tardé ‘mucho’ (como 7 años para la carrera de Comunicación) y después recibí varias becas. Si me hubieran expulsado por ‘tardar’ (trabajaba de día y estudiaba de noche), hoy no estaría a punto de doctorarme ni sería docente universitaria”. “Acá, otra Jorge y seguro habrán más. Resistiremos”.
Estos fueron algunos de los testimonios que la comunidad universitaria compartió en nuestras redes a partir de la publicación de @JorgeNoMeFui, que en 10 tuits contó cuánto tardó en recibirse de licenciado en Biotecnología con Orientación en Genética Molecular por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), qué dificultades tuvo que atravesar para completar su proceso de formación y por qué la experiencia impactó en su desarrollo profesional y en los proyectos que hoy puede generar y producir para el país.
Trabajar, tener hijxs, mantener una casa, viajar kilómetros y kilómetros para lograr llegar al aula, el taller o el laboratorio. Cada vida es distinta y no todxs tienen el privilegio de poder estudiar sin trabajar, sin tener que realizar tareas de cuidado o sin lidiar con problemas de diversa índole que limitan el alcance de cualquier cursada.
Una cosa es cierta: las personas que estudian nunca son el problema, son la solución, y merecen el respeto y el cuidado de toda la sociedad argentina.